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El elogio a Héctor y su mujer brava

November 7, 2017

¿Ya se leyeron ‘El elogio a la mujer brava’ de Héctor Abad? Si todavía no lo han hecho, no pierdan la oportunidad de sumergirse en la prosa Abadiana, un intento de redención de género que fácilmente podría pasar por manifiesto de esta jauría de locas ambiciosas que no se conforman con ser vistas como mujeres dulces y sumisas.

Si ya lo leyeron y es una de esas mujeres que describe Abad con tan fluida habilidad, les quiero contar que no es fácil echarle la culpa al infortunado 96% de la población masculina y mucho menos que, de 14 años para acá que fue escrita esa columna, las peladitas veinteañeras de tetas firmes seamos las que pongamos a soñar a los hombres y cuando ya nos constatan, no sepan qué hacer con uno. Olvídense.

Esta "mujer de verdad" no es solo la que pone en jaque al machista joven y viejo, como dice Abad, porque no se somete y protesta de más. Una mujer de verdad es la que sigue siendo femenina sin tener que recurrir a excusas de apariencia para obtener o dejar claro lo que quiere, una que prueba su valor no con palabras complacientes sino con acciones que le nacen y una que, sin importar su edad, sabe que vale igual que cualquier otro par, profesional o sentimentalmente. A ningún hombre le gusta esto de entrada, por eso las tildan de difíciles y amargadas, pero las angustias que las aquejan son otras y completamente ajenas a la amargura.

Mujeres bravas conozco muchas, muchísimas, incluyéndome tal vez como una de las más, eh -¿cómo es que nos dicen? Ah sí, feminazis- y tal vez no pueda hablar por todas ellas, pero hablo desde este lado y les digo que lo que más rabia me da es tener que enfrentarme día a día es con las mujeres no bravas.

El alfa machista prepotente por excelencia ya no es el macho latino, sino la mujer promedio que todavía le gusta que le compren, la inviten, la arríen y que le cedan el puesto. Cuando dicen cosas como “Tú que eres tan machote, por qué no vas y mueves la sala mientras yo te digo dónde poner los muebles”, sacan todo ese machismo a las que las malacostumbraron las telenovelas mexicanas y una vez más, se contradicen. Son la primeras en juzgar a las otras mujeres por cómo se visten o se comportan. Se deprimen porque viven tratando de impresionar a personas que no les importan, pero viven para dejar una marca en lo convencionalmente establecido como aceptable y por eso, son una tragedia casi fatal para la sororidad de género.

Eso no es igualdad, caballeras. Más bien es conveniencia por asolapadas. Así que mientras ese atributo machista confundido con ‘caballerosidad’ siga siendo el factor más atractivo que ven en un hombre, amigas, no están en nada.

Porque en realidad, las cosas más estimulantes entre un hombre y una mujer, o mujer con mujer (en el mismo modo y en el sentido contrario), como el amor, el baile y hasta el sexo, están en la mente. Abad resume bien las características que atacan a las mujeres bravas, pero es inútil la invitación que hace de que la trifulca de los hombres se resuelve deseándolas con tanto ímpetu. La respuesta está en que hay que ser realmente interesante, igual de exigentes, estudiados, disciplinados, pero sobretodo con tanta iniciativa como estas mujeres nuevas, porque encontrar una pareja que les provoque comerle la boca por la que salieron ríos de reflexiones incitantes y puntuaciones cariñosas como un ‘loca, te quiero’, no se le compara nunca a una revolcada impulsiva que después de la calentura, como al pobre Abad, termina en tristeza.

Por cierto, nadie nos alaba en altares generosos, ni siquiera somos admiradas en el momento de la paridad. Todo lo contrario.

En últimas, ser brava es estupendo cuando uno ya se conoce lo suficientemente bien y sépanlo, no pasa sólo por la relación con los hombres, por las mujeres que contrastan a su comodidad o por la ira que provoca una desigualdad de género. Tiene que ver con otro motivo, uno interno, el de saber que siempre vamos a ser las desencajadas, que tendremos que vivir muchos años de frustraciones y hasta ser los seres más pacientes para encontrar un par, un igual, amigo o amante, que, primero que todo, se conozca también y nos acompañe en una crónica complementaria infestada de protestas, pero también de entrega absoluta y, como bien dice Héctor Abad, de curiosidad por lo que vale la pena, de una sed de vida larga y de conocimiento.